La novela breve Sumay de Elizabeth Rodríguez Acevedo es el intento de registrar, en la voz de los personajes ficcionales, la memoria colectiva de una humanidad que comenzó a ver a la enfermedad como el mejor y único de los mundos posibles.
La novela breve Sumay de Elizabeth Rodríguez Acevedo es el intento de registrar, en la voz de los personajes ficcionales, la memoria colectiva de una humanidad que comenzó a ver a la enfermedad como el mejor y único de los mundos posibles.

La literatura es capaz de mostrar la complejidad de las relaciones humanas en sus aspectos más recónditos e íntimos, así como en aquellos que se exteriorizan y se confunden con el devenir de la historia. El sudafricano Coetzee en su novela Esperando a los bárbaros hace toda una reflexión al respecto cuando el protagonista de su historia tiene que enfrentarse a sí mismo y lidiar a la vez con el mundo exterior que sufre las indolencias de la tiranía y el poder.

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Hace poco la humanidad vivió una terrible encrucijada por la aparición del Covid 19. Esta pandemia universal no solo limitó los sitios de actuación social; también restringió el espacio emocional que cada ser humano había construido consigo mismo y con el otro. En medio de ninguna parte, sumidos en el dolor y la tragedia, la literatura -así como otras manifestaciones artísticas- se consolida como una de las formas testimoniales en que la memoria busca eternizarse.

HISTORIA DE PANDEMIA. La novela breve Sumay de Elizabeth Rodríguez Acevedo es el intento de registrar, en la voz de los personajes ficcionales, la memoria colectiva de una humanidad que comenzó a ver a la enfermedad como el mejor y único de los mundos posibles. Su protagonista, Simón, es un anciano español que vive recluido y solitario en un departamento impregnado de Irenka, su compañera de toda la vida que hace algunos meses acaba de fallecer.  Sus hijos lidian con los rostros más perversos de la pandemia: el que se muestra en la prensa, en los hospitales y en el propio ambiente. Ellos constantemente lo llaman para saber cómo está, mas al final, todo diálogo se diluye en el dolor que la enfermedad deja a su paso.

El escenario que nos muestra la novela es tan reciente cronológicamente, pero tan lejano emocionalmente por las personas. Al parecer, como sociedad, tenemos la necesidad de olvidar y alejarnos de aquello que nos recuerda nuestra vulnerabilidad y las limitaciones que cargamos como mortales. La humanidad, en ese sentido, ha entrado en su fase de negación; sin embargo, la literatura como ejercicio testimonial es capaz de mostrarnos de repente aquello hemos querido ignorar. En Sumay hay una reflexión significativa al respecto; “enciendo la televisión o la radio y todo es coronavirus. Llamo a mis amigos y todo son malas noticias”.

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Además del intento por testimoniar la tragedia que vivió la humanidad durante la cuarentena, uno de los aspectos más relevante de la novela es la inclusión de Sumay, el perro que Simón encontró abandonado en un parque. Desde que decidió cobijarlo en su departamento, Sumay adquiere un rol protagónico en la vida de su amo y, sobre todo, en la trama narrativa.

La autora de la novela no solo le da voz a Sumay, también lo convierte en el narrador principal. La voz narrativa de la mascota es la que orquestar las otras voces que se superponen a la suya; “creo que mañana no saldremos. Fingiré estar enfermo, no deseo salir al parque hasta que no vea a Simón mejor de salud”.

En la novela aparecen los diálogos por teléfono que Simón tiene con sus hijos, sin embargo, estos siempre se subordinan a la aparición de la voz de la mascota quien escucha atentamente lo que los humanos cuentan. Justamente es la voz de Sumay quien interrumpe el diálogo que los lectores también venimos escuchando para revelar una de las reflexiones más importantes de la novela:

“En el fondo sientes orgullo de tu hijo, médico e investigador de primer nivel, y escuchar su voz te devuelve a la vida (…) la felicidad que veía en el rostro de Simón, por momentos, era indescriptible. Si los hijos supieran la vida que dan a sus padres con tan solo una llamada, siempre lo harían”.

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La reflexión anterior revela una de las lecciones que la humanidad nunca debió olvidar: el saber que somos importantes para los demás nos hace ver realmente lo importante que somos.

ANIMAL NARRADOR. No es la primera vez que en una obra literaria se usa la figura de una mascota como protagonista y voz principal en el relato; basta recordar, por ejemplo, a Flush, el cocker spaniel de orejas largas que Virginia Woolf usa en su novela Flush, o el terrible y maléfico Tobermory, el gato que Saki inventa para acrecentar nuestros temores.

Sumay, en este sentido, se inserta en la tradición de animales narradores y protagonistas; sin embargo -a diferencia de los anteriores- él es un ser noble y solidario lleno de amor que se sacrifica por el bienestar de su amo; su vida es un constante agradecimiento y su voz es la esperanza que la humanidad va perdiendo. Quizá en medio de la pandemia -y luego de esta- lo que la humanidad necesita es eso; la voz que acalle el dolor de los demás.

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