La primera vez que Élide Brero subió a un escenario lloró de impotencia. Tenía cuarenta años. Debía decir un diálogo breve, interpretar un poco, sonreír al menos, pero lo único que hizo fue temblar. Ni una palabra salió de su boca. "¡Tenía el corazón en la garganta! ¡Se me iba a salir!", recuerda ella, cincuenta años más tarde, sentada en la sala de su casa en Miraflores, mientras sube el volumen del audífono que pende de su oreja derecha.

Esa tarde del 24 de agosto de 1963, Élide cumplía tres meses yendo a clases de actuación junto a su esposo Aldo Brero en la Asociación de Artistas Aficionados. Ricardo Blume, su maestro de entonces, la miró desafiante y le dijo: "¡Si no vas a estudiar, es inútil!". "¡Ah!... es inútil", pensó ella, recogió sus cosas, salió del teatro y se marchó a casa. Lloró una semana entera y juró que nunca volvería a actuar. Jamás pudo cumplir su promesa.

A los siete días volvió a clases. "Temblaba antes de cada obra, pero me iba enamorando cada vez más de los aplausos... Mira, yo no soy buena actriz, pero sí me entrego completamente", confiesa. Desde entonces ha pasado cinco décadas dándolo todo en el escenario. Élide ha actuado en decenas de obras de teatro, novelas –desde Carmín hasta Isabella, mujer enamorada-, cortos y largometrajes.

El año pasado, con noventa años, filmó las películas Casadentro de Joanna Lombardi, Viaje a Tombuctú de Rossana Díaz y Lima 13 de Fabrizio Aguilar, que incluyó incluso una escena de desnudo en la playa. No hay de qué sorprenderse. Élide no es la típica señora de la tercera edad. No le molesta que la llamen "vieja", no se tiñe las canas, casi no usa maquillaje y lo primero que hace al despertarse es entrar al Facebook para chatear o comentar las fotos de sus cinco nietos. Correo Semanal conversó con ella en vísperas del homenaje que recibirá en el Festival de Cine de Lima, evento que se inaugura el 9 de agosto en el Gran Teatro Nacional.

¿Cómo así, a los cuarenta años, se atreve a estudiar actuación?

¡Es que yo no me atreví, yo no quería estudiar! Mi marido me empujó a esto porque le gustaba el teatro y la literatura, como a mí. Así entramos juntos. Pero yo no me imaginaba arriba de un escenario, yo lo que quería era saber cómo funcionaban las obras por dentro.

¿Alguna vez vivió de la actuación?

Era un hobby. Mi marido tenía su taller como ingeniero mecánico y yo era empleada en la tienda de telas de mi papá, y además me ocupaba de la casa. Yo nunca viví de la actuación, por eso cuando me hacen un homenaje, siempre digo que no lo merezco.

¿Aprender teatro, juntos como pareja, les ayudó?

Nos sirvió para entender a nuestros hijos: Lorena y Gianfranco, por entonces de ocho y diez años. Nuestros compañeros del teatro eran hippies de veinte años, con los que nos amanecíamos conversando después de los ensayos. Muchos fumaban marihuana, pero yo nunca quise probar. Nosotros les doblábamos la edad y el hecho de oír sus traumas, sentir su desazón, ver sus pantalones rotos, nos ayudó a entender cuán diferente evolucionan los muchachos.

UNA PROPUESTA CAÍDA DEL CIELO. Así pasaron los días de Élide y su esposo Aldo. Por las mañanas ella era comerciante y él, ingeniero. Y por las tardes podían ser las personas que quisieran trepados en un escenario. De cuando en cuando ella quería bajarse, renunciar a la actuación, como aquella tarde de agosto de 1963 en que lloró de impotencia. Pero por alguna razón Aldo siempre se lo impidió.

"En 1989 'Pancho' Lombardi me llamó a una prueba para la película Caídos del cielo. Y le digo a mi marido: 'No pienso ir porque yo nunca he hecho cine y no quiero hacer el ridículo'. Entonces él me reclamó: '¿Por qué tienes que ser así? ¡Tanto chico con acné que hace tantas cosas y tú, siendo una mujer hecha y derecha, no puedes!'... Así que fui", recuerda Élide.

Al día siguiente su esposo murió de un infarto. Y al mes siguiente ya la estaban llamando para darle el papel en la película. Debía interpretar a una señora que le guardaba luto a su hijo desde hace diez años.

¿Fue difícil hacer ese personaje?

No, yo separé la ficción. Yo nunca he usado luto. Realmente ese papel llegó caído del cielo, porque salir temprano de mi casa y volver cansada después de las grabaciones me mantenía la mente ocupada. Me hizo mucho bien. Eso sí, me iba a la tumba de mi marido y le decía: "Tú me metiste en esto y ahora me tienes que ayudar" (risas)... A él le dediqué la película porque siempre me empujó a la actuación, y se lo agradezco. Ahí me enamoré del cine.

¿Cuál es el personaje que más le ha costado interpretar?

Pilar de Casadentro (una anciana que vive en un mundo de rutina y soledad). Pasa que yo soy una vieja rápida: camino rápido y voy jalando aquí y acomodando allá. Entonces un día viene mi hijo Gianfranco y me dice: "mamá, Pilar no es como tú, tienes que ser otra señora, tienes que caminar como vieja". ¡Y a mí no me salía caminar como vieja!... Pero fue una experiencia lindísima.

Seguramente la buscarán para otros papeles, ya no hay muchas actrices de la tercera edad activas.

Que no sean reencauchadas, no pues, no hay. Tú sabes que ahora la infancia se ha acortado y la juventud se alarga hasta la última cirugía (risas)... Mientras me sigan proponiendo cosas bonitas, en las que haya un buen trato, yo seguiré actuando. Si quieren a una viejita, acá estaré yo.

UN AMOR EN LOS OCHENTA. Viaje a Tombuctú, la ópera prima de Rossana Díaz que incluye la actuación de Élide Brero, se estrenará en el Festival de Cine de Lima.

La cinta narra la historia de Ana y Lucho, dos adolescentes de clase media que se enamoran en los convulsionados años 80. Su amor es la única forma de sobrevivir en medio de la violencia, la pobreza y la falta de oportunidades; una suerte de refugio imaginario que ellos llaman Tombuctú.

Solo habrá tres funciones: miércoles 14 de agosto a las 7:30 de la noche en Cineplanet Alcázar, jueves 15 a las 2:45 de la tarde en el mismo cine, y viernes 16 a las 4:45 de la tarde en el Centro Cultural PUCP con la presencia de todo el elenco.

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