Un círculo. Las butacas forman un círculo imperfecto alrededor de la sala. Una espiral. Los espectadores están casi al ras del escenario, a escasos metros de los actores. No hay telón rojo ni altillos, ni divisiones que los separen. En el teatro Ricardo Blume, de Jesús María, las obras están plagadas de intimidad. "Las escenas son mucho más naturales, más cercanas. La emoción de las obras te llega de manera más penetrante", asegura Jorge Chiarella, de 70 años, barbas plateadas, voz familiar.

Chiarella se ha quedado observando aquel círculo rodeado de luces que fundó en agosto del año pasado, junto a su esposa Celeste Viale y su hijo Mateo (ambos también dedicados a producir y enseñar teatro). Jorge no lo dice, pero lo piensa: en esa circunferencia imperfecta ha quedado atrapada su vida.

¿Este lugar es un sueño cumplido?

Así es. Mucha gente sueña con comprarse una casa, pero la gente de teatro siempre sueña con un teatro propio. Y la razón es sencilla: lamentablemente, el Estado no se ocupa de crear nuevas salas. Si cada distrito de Lima tuviera una sala, imagínate lo que sería. Tendríamos una red estupenda de 43 teatros que llegaría a todos los barrios de la ciudad.

¿Es muy complicado acceder a las salas actuales?

Claro, es que siendo pocos los teatros –y no todos los alquilan– tienes que pedir la sala con uno o dos años de anticipación, te presentas a concurso, y finalmente solo la puedes usar por dos meses como máximo. Si calculas lo que inviertes en montaje, actores, vestuarios, derechos de autor, el 30% que debe ir a la sala y todo lo demás, te das cuenta de que no recuperas tu plata.

CAMINO A LAS TABLAS

El sueño del teatro propio comenzó en los años 80. Chiarella adquirió 36 tachitos caseros de luz, compró tres tribunas, fundó el grupo teatral Alondra y armó con ellos un repertorio de obras que paseaba por calles, galerías y centros culturales. "Solo me faltaba alquilar una casa, instalarme y ya. Pero en eso apareció fuerte la violencia terrorista y todo se vino abajo", recuerda Chiarella.

Para ese entonces, Jorge ya lo había hecho todo. Estudió Derecho –como quería su madre–, dictó clases de armónica, fundó el Teatro de la Universidad Católica junto a Ricardo Blume, fue periodista de El Comercio por dos décadas y ocupó cargos administrativos en el Estado. Y para ese entonces, también, había renunciado a todo para perseguir el sueño del teatro propio. Sin trabajo fijo, con hijos y con la crisis que asolaba al país, a Jorge no le quedó más remedio que hacer taxi... Fotos: Miguel Paredes

Puedes leer la nota completa en la edición 148 de la revista que sale a la venta hoy, jueves 20 de febrero.