Los campos de paltas de una granja en Sudáfrica son custodiados por guardias privados, a bordo de grandes todoterrenos, que patrullan de noche por el lugar donde el “oro verde” se ha vuelto un codiciado botín a gran escala.
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Al volante, Marius Jacobs clava la mirada en los cientos de árboles de aguacates de más de dos metros de altura. “Cada vez hay más ladrones, cargan camiones enteros”, explica.
Los saqueos de los campos en estos últimos años se cuentan por miles de toneladas y suponen pérdidas de millones de dólares para los productores sudafricanos.
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El auge del consumo de la palta, sobre todo en Estados Unidos y Europa, ha disparado los precios de este fruto, cuyo precio en estos mercados puede llegar hasta 12 dólares el kilo.
En esta época de final del verano austral, en los cultivos de Limpopo (norte), las ramas están bien cargadas de frutos carnosos, de color verde oscuro, a punto de ser cosechados.
Y por eso los robos se multiplican.
Los equipos de Marius Jacobs se encargan de la seguridad de una veintena de granjas, la mayoría especializadas en este codiciado fruto.
Los ladrones descubiertos en pleno delito son perseguidos por perros, capturados y trasladados a la policía.
En una noche pueden robarse hasta 30 toneladas.
“Capturamos a un minibús lleno”, recuerda un guardia, Manuel Malatjie, de 28 años. “Hacemos lo que podemos, pero cada vez es más difícil”.
Bandas organizadas
En las 250 hectáreas de campos de la explotación Allesbeste, los temporeros trabajan rápidamente en el inicio de la cosecha.
Edrean Ernst, de 40 años, saca números: prevé 17.000 dólares pérdidas por culpa de estos hurtos. Y eso pese a haber invertido sumas colosales en seguridad, tanto en personal como en el vallado, una parte del cual está electrificado.
En estos dos últimos años, la empresa, que exporta 1.500 toneladas de paltas al año, fue víctima de una veintena de saqueos.
En esta región rural, de extensos territorios, ni la policía ni los guardias de seguridad pueden cubrir todas las zonas. “Esto ayuda a los criminales”, se lamenta el agricultor.
Los autores de pequeños saqueos se han ido convirtiendo en bandas organizadas. Actúan de noche, operan rápidamente y buscan los frutos de primera calidad, destinados a la exportación, sobre todo a Europa.
“Algunos vienen con grandes machetes”, explica Phillip Mofokeng, que dirige dos grandes cultivos de 83 hectáreas.
“Es como jugar al gato y al ratón”, resume Ernst. Con la seguridad reforzada, los hurtos disminuyen... hasta que vuelven a aumentar a los pocos meses.
En un mercado cerca de Tanzeen, a unos 400 km al norte Johannesburgo, cada lote de paltas lleva un código de barras para poder seguir su origen. Es una manera de luchar contra el tráfico del “oro verde”.
Mauritz Swart, que controla la mercancía en el mercado, detecta pequeños trozos de tallo en cada fruto, que evita que se oxide rápidamente. En los saqueos, los ladrones arrancan las paltas tan deprisa que no se fijan en ello y dejan un orificio.
Cerca de una carretera, bolsas de paltas cuelgan en puestos ambulantes. Se ven agujeros en los frutos. A dos dólares el kilo, son seis veces más baratos que en un supermercado. Vienen de un “mercado” vecino, asegura el vendedor.
“Estos vendedores inundan el mercado informal” y tienen un impacto en los precios y la demanda, explica Swart.
“La policía no lo toma en serio (...) No es un asesinato, sólo el robo de aguacates”, critica.
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