El lingüista norteamericano Geoffrey Nunberg rastrea la acuñación del término “marcha de protesta” hasta 1913. Entonces fue usado para describir la gran movilización, liderada por Mahatma Gandhi en Sudáfrica, contra las restricciones impuestas a los migrantes indios.
De acuerdo con Nunberg, en las siguientes décadas, la palabra “protesta” estaría “íntimamente vinculada a las nuevas técnicas de resistencia política”. Se podría decir que el propio Gandhi se encargó de alimentar el imaginario colectivo con acciones como la marcha de la sal, de 1930, punto sobresaliente en su campaña de desobediencia civil contra el Imperio británico, y que además marcó un importante precedente para la independencia de la India.
Pero, según Nunberg, sería en los años 60 —época de efervescencia de movimientos antibélicos, políticos y pro derechos civiles— cuando la noción de “protesta” realmente se populariza. Adquiere protagonismo en la música (nombres como Joan Baez o Víctor Jara surgen en esa época), en la televisión y en los medios en general.
Hoy, el concepto ha cobrado nueva relevancia, lo cual se refleja en internet. Según la herramienta de análisis de búsquedas Google Trends, su empleo se ha disparado en los dos últimos años. Ello evidencia lo que ocurre en el mundo. A las masivas manifestaciones surgidas en Perú, a raíz de la vacancia a Martín Vizcarra, pueden sumarse las de Chile, Ecuador y Bolivia en octubre de 2019, y los movimientos Black Lives Matter, Me Too, Ni Una Menos o Viernes por el Futuro, que han traspasado fronteras.
Web en la lucha. Sin duda, internet es un actor clave en la masificación de la protesta en el siglo XXI. “Las redes sociales han simplificado radicalmente el coordinar y organizar grandes grupos”, señala Omar Wasow, profesor de Princeton y cofundador de la red social BlackPlanet.com, al diario The New York Times. No solo eso. Las redes cumplen un rol difusor que solía ser exclusivo de los medios convencionales medio siglo atrás.
A través de ellas, la gente tiene mayor acceso a lo que sucede en otros lugares y se visibilizan problemáticas. El flujo de información propiciaría además una suerte de “efecto de contagio” que lleve a replicar la protesta en el propio contexto. Incluso, apunta Paula Muñoz, socióloga y docente de la Universidad del Pacífico, se copian tácticas de protesta. “El cacerolazo, por ejemplo, es algo nuevo en Perú”, comenta.
El papel de la web es tan importante que Access Now, organización que defiende los derechos en el ciberespacio, denunció que a nivel mundial los Gobiernos han optado por un aumento sostenido de “apagones” de internet. Hubo 75 en 2016, 106 en 2017, 196 en 2018 y 213 en 2019. El año pasado, los cortes se dieron en más de 30 países y la principal causa fueron las protestas.
Latinoamérica. Aunque internet es un elemento común para movilizar manifestaciones ciudadanas, es evidente que estas responden a demandas distintas, por lo que es arriesgado hacer generalizaciones, advierte Paula Muñoz. No obstante, para el contexto latinoamericano, ella encuentra posibles similitudes.
En primer lugar, las manifestaciones coinciden con el fin del ‘boom’ de los ‘commodities’. “En varios países, el crecimiento comenzó a bajar. Ahí se empiezan a acumular las demandas. […] Ya no es un periodo de bonanza, de pronto se notan más los problemas”, afirma. Por otro lado, “los sistemas políticos están teniendo problemas para canalizar esas demandas”, agrega.
Si el deterioro económico y la escasa capacidad de respuesta de los Gobiernos es un combustible para las protestas, la situación generada por el nuevo coronavirus se perfila como el motor de las próximas grandes manifestaciones. En junio, el FMI advirtió que la desigualdad derivada de la crisis de COVID-19 reavivaría las “tensiones sociales”. Según Muñoz, “habría que preguntarnos hasta qué punto la pandemia ha sido un detonante en Perú”.