El año 2021 va a ser recordado como un año de quiebre. Se partió el país en dos, al igual que la confianza, la cual se ha desplomado tanto o más que el PBI en el 2020. ¿Qué ha ocasionado esto? Aventuro tres razones:

Primero, la pandemia mostró al mundo nuestras debilidades estructurales, con un Estado que no tuvo ni tiene capacidad técnica de respuesta ante retos de real envergadura y con una sociedad un nivel de pobreza económica y educativa lacerante, a lo que habría que añadir indisciplinada y anárquica. Como consecuencia directa de lo anterior, las cifras económicas peruanas perdieron todo sex appeal en el exterior. Volvimos a ser el país que da lástima en vez del que produce envidia.

Segundo, la asunción de Pedro Castillo como presidente y su discurso espanta-inversiones, significó el torpedo mayor. Porque no es sólo contra la economía de hoy, sino que puede pulverizar décadas futuras. Adicionalmente, su notoria y escandalosa falta de conocimiento, unida a sus medidas descabelladas que desactivan lo poco andado en mejoras de calidad y formalidad, y a su prédica del cambio de Constitución, configuran un escenario de espanto de aquí al 2026, ya que los capitales volarán y el aparato estatal ahondará en su ineficiencia.

Tercero, con este gobierno se abrió la puerta a más radicalismo. Se empezó con la “lavada de cara” de muchos vinculados al terrorismo de los 80-90 y se abre la futura presencia de gente aún más radical y con mayor rollo intelectual que el chotano. Y con nuevas generaciones de votantes, para quienes Sendero y en MRTA son tan lejanos y ajenos como los montoneros de Piérola. Para ser más claro, la próxima segunda vuelta podría estar entre Antauro Humala y uno de los Quispe Palomino. Y en paralelo, una centroderecha que sigue entretenida en su mundo paralelo, sin leer al Perú.

Una enseñanza nos deja el 2021: los peruanos siempre podemos estar peor. Ojalá en el 2022 recuperemos el camino o por lo menos, empecemos a hacerlo. Feliz año nuevo.