Dice el refrán que “para muestra, un botón”, pero con este Gobierno alcanzaría para toda la indumentaria de los Húsares de Junín en todos sus turnos. Lo último, el escandaloso caso del exministro de Salud Jorge López, es apenas un grano de arena en una playa infestada de corrupción y de caimanes devorando el presupuesto público.

En este caso, además del propio accionar delictivo que parte del sindicado como cabecilla de la organización criminal, Pedro Castillo, cobra relevancia el sistema de cuoteo por el que ha optado como estrategia infame para perpetuarse en el poder el habitante precario de Palacio.

No solo es el Minsa entregado a Vladimir Cerrón, Comercio Exterior alquilado a Juntos por el Perú y así sucesivamente con el Bloque Magisterial, Somos Perú o Perú Democrático (¿alguien cree que el respaldo de Guillermo Bermejo es gratuito?) sino a todo ello, que de por sí es extremadamente grave y que ahonda la impronta lumpenesca del régimen, se suman las cuotas ministeriales distribuidas a los que financiaron la campaña como Alejandro Sánchez, Fermín Silva, José Nenil Medina y otros.

Así, lo que vamos teniendo en la estructura del Poder Ejecutivo es personas dedicadas a medrar, a recuperar sus “inversiones” o a tratar de sacarle el máximo ilegal provecho económico a la cuota de poder que les toca administrar. El país, en manos de estos desalmados, seguirá a la deriva porque no existe el menor interés por orientar las políticas públicas o realizar gestiones para acometer lo que es la prioridad del Estado, que es mejorar los niveles de vida de la población, especialmente la más pobre. 

Por eso, una razón más para la imperiosa necesidad de la salida de Castillo del poder es la anomia imperante en la estructura estatal, que marcha por inercia o sencillamente navega a la deriva. Cada día así tiene su correlato en el aumento de la pobreza extrema y la pobreza en general, niveles que costará luego mucho tiempo revertir o recuperar. Pedro Castillo no debe pasar de este año y ya casi solo quedan dos meses para ello. El Congreso debe fijarse ese objetivo y cumplirlo, no solo por su demoledora arista moral, sino por lo que más sufren y los más necesitados. Estamos en cuenta regresiva.