Acaba hoy el 2025 y corresponde hacer un análisis político que, de alguna forma, ponga en la balanza los dos lados de un año complejo, como todos los que caracterizan a nuestro querido país.

Un tercer presidente en un quinquenio podría ser visto como una catástrofe institucional y, ciertamente, es un aspecto de la dinámica constitucional que urge corregir, pero el mecanismo, en este periodo, ha sido útil.

En principio, porque nos permitió liberarnos de la catastrófica gestión de Pedro Castillo y aunque la entronización de Dina Boluarte no era lo que se necesitaba, la historia dirá que con todos sus defectos y limitaciones, la expresidenta mantuvo la senda macroeconómica, no cedió ante su propia ideología y constituyó un Gabinete que derivó en un régimen con muchos errores pero que mantuvo a flote aspectos cruciales como la inflación, el tipo de cambio (con el aporte decisivo del BCR), las exportaciones, las reservas internacionales y el riesgo-país.

La llegada de José Jerí también es positiva porque se asienta en los mismos principios pese a que mantiene el enorme pasivo de la gestión que lo precedió: El fracaso en la lucha contra el crimen. Sobre ese aspecto, no obstante, lo crucial será dejar un marco estratégico para que el Gobierno que empiece en 2026 no arranque de cero y tenga al menos un plan base para derrotar a la principal amenaza que nos agobia.

Lo gravitante entonces del 2026 será elegir bien. Con los precios de los minerales al alza, la elección de una apuesta de centro derecha –que no descuide el enfoque social y ofrezca un manejo responsable de la economía–, podría ser el detonante –después de una década– de una fase de estabilidad y crecimiento. Tengamos fe.