El 17 de diciembre se cumplieron 24 años de la toma de la embajada del Japón en Lima por el grupo terrorista Movimiento Revolucionario Túpac Amaru. Sucedió a los 4 años de la detención de Abimael Guzmán (1992) y luego de gran parte del comité central de Sendero Luminoso.

Néstor Cerpa Cartolini y 13 comandos de aniquilamiento del MRTA, asaltaron la residencia del embajador japonés y retuvieron entre más de 750 rehenes iniciales, a 72 de ellos. Buscaban la liberación de sus camaradas, entre ellos, Nancy Gilvonio, esposa de Cerpa, que cumple cadena perpetua en la cárcel de Yanamayo (Puno).

El suceso delictivo concitó la atención mundial por más de 4 meses hasta la liberación el 22 de abril del año siguiente, gracias a la operación militar “Chavín de Huántar” -totalmente peruana- que asombró al mundo por la alta eficacia de su resultado, aunque con la penosa pérdida de un solo rehén, el vocal supremo Carlos Giusti, dos comandos del glorioso Ejército Peruano –Juan Valer y Raúl Jiménez-, elevados a la condición de Héroes, y los 14 terroristas.

La incursión subversiva había sido leída por los opositores del régimen de Fujimori como una completa burla a la inteligencia y a los protocolos de seguridad básicos de los que el Estado peruano se jactaba luego de reducir al camarada “Gonzalo”. Fujimori, que contaba una aprobación en descenso, luego del exitoso resultado militar, superó el 75% de aceptación ciudadana.

Aunque el mandatario fue el actor más visible durante los 126 días que duró la toma de la embajada japonesa, viajando por diversos países para lograr una salida pacífica, y el resultado fue su mérito político -por este y otros logros Fujimori no debe terminar sus días en la cárcel como Leguía, no seamos malagradecidos-, el mayor lo tuvieron los propios comandos y por ende, nuestras FF.AA. que luego fueron blanco de una profunda mezquindad al imputarse la supuesta ejecución extrajudicial del camarada “Tito”.

Es verdad que el Estado peruano los declaró Héroes de la Democracia, pero sigo pensando que su gesta y arrojo deben ser incorporados a la currícula escolar y universitaria de manera relevante para sellar su legado en el imaginario de la niñez y la juventud del bicentenario y de las generaciones venideras.