Junto a Venezuela, la atención del continente debe estar puesta en Nicaragua. El dictador Daniel Ortega sigue librándose como Maduro en Caracas. Luego de que pudiera dominar por la práctica de la represión a las revueltas de 2018, Ortega, otrora líder de la entonces sonada y triunfante revolución sandinista de los años 80, sigue más pertrechado que nunca al poder y por si fuera poco, por estas fechas, en una franca cacería de los medios de comunicación, donde los de oposición, que prácticamente no hay, vienen siendo sometidos a abusivas medidas de fiscalización económica como sucede con Canal 12, prácticamente una de las dos empresas televisivas que sobreviven a duras penas.
Desde el 2007 y con la esposa -Rosario Murillo- como vicepresidenta del país a partir de 2017, Daniel Ortega, se muestra cada vez más despótico y gendarme, sin perturbarse por las críticas a la concentración del poder en su familia.
Tampoco le importa la lista de muertos que ha producido su acción reaccionaria que seguirá haciéndola a cualquier precio para mantenerse en el poder. Recordemos que la mesa de diálogo constituida a raíz de la crisis de 2018 ha sido completamente ninguneada por el ex líder sandinista.
La inmensa mayoría de los nicaragüenses quiere que Ortega deje el poder pero éste, como pasa con Maduro en Venezuela, cuenta con el apoyo de una cúpula militar corrupta. La idea de que había satisfacción social en el país como pretendió cundir el régimen, oportunamente fue desnudada por las revueltas como un completo engaño.
Ahora, en el marco de la pandemia que azota a nuestra región y al mundo entero, hay países en América que deben deshacerse de sus temores y prejuicios, presiones e hipotecas, y decididamente mostrarse encaminados a coadyuvar para que acabe esta penosa realidad en un país centroamericano hermano.
El espejo de esa frustrante realidad son los jóvenes nicaragüenses que sufren el ensañamiento del régimen. Por eso, el caso de Nicaragua en pleno siglo XXI, nos advierte de la falta de decisión política y hasta de principios en muchos países del continente, cuyas políticas exteriores siguen muy al margen de lo que sucede en este país.