Ayer se cumplieron tres años de la desaparición física de Alan García Pérez y, como las redes sociales aguantan todo, quisimos abrir el panorama y escuchar la opinión de alguien que lo conoció, escuchó, aconsejó y plasmó en la caricatura editorializando gráficamente su accionar político: Alfredo Marcos, autor del libro “El hombre que no podía irse” y creador de tiras como “Los calatos”, “Las viejas pitucas”, “Los achoraos”, “El enano erótico”, entre otras.

“AGP fue un hombre que usó el pragmatismo para mejorar las condiciones de vida de los más pobres. Ese fue su objetivo central en un país conflictuado y difícil. Le reconozco su apego a la población vulnerable sin dañar las estructuras económicas, que no se sujetan a caprichos. Hablamos de un gran impulsor del crecimiento del país. Su muerte fue una enorme pérdida para toda la clase política peruana”, anota el también profesor universitario.

Dicen que las comparaciones son odiosas, pero invitamos a Alfredo a que dibuje con palabras la diferencia entre el extinto líder aprista y Pedro Castillo, el actual inquilino de Palacio de Gobierno que se refugia en el “pueblo” como plataforma de sostenimiento en el cargo, aunque las últimas encuestas lo dejan mal parado. Oído a la música: “El sentido de responsabilidad, la habilidad política, la empatía, el conocimiento, la cultura, el discurso bien hilvanado… y ahí me quedo”. Claro, Alan hubiese dictado una cátedra con la historia del niño y el pollo.

Algunos lectores se preguntarán: ¿Y el desastroso primer gobierno de AGP? Es verdad, no la chuntó por ningún lado, con colas interminables para acceder a los alimentos básicos, sin embargo, agradecido por la segunda oportunidad de las ánforas, de la hiperinflación nos devolvió al auge económico. Hoy las políticas de Estado son los escándalos y ministros con antecedentes que se ponen el fajín.