El circo de las alianzas ya se ha iniciado. Conforme se acerquen las elecciones, veremos cómo los enemigos más encarnizados se transforman en amantes del círculo polar y disfrutaremos de pactos y traiciones, de juramentos y puñales, en fin, de todo eso que hace de nuestra política el drama subdesarrollado que nos condena a la postración.
Hay una diferencia esencial entre los pactos puntuales y el oportunismo. La diferencia es que los primeros se dan en pos del bien común de la mayor parte del país y no del bien secundario de unos partidos concretos. El oportunismo, en contraste, es el lenguaje natural de los egoístas, de aquellos que tienen una agenda oculta inconfesable. El oportunista siempre está presto a esclavizarse con tal de obtener algo a cambio. Para eso gritará “átame” al primero que le ofrezca un puesto público, porque su mediocridad lo incapacita para conseguir un espacio en lo privado.
La debilidad de nuestras alianzas políticas es un signo de la carencia de objetivos nacionales concretos. En el Perú, los partidos pactan para las elecciones, no para el gobierno quinquenal. Superado el momento electoral, el pacto se salda con cuatro prebendas. Lamentablemente, con frecuencia se confunde la generosidad con el oportunismo. Y cuando de verdad se intenta hacer algo de manera magnánima, como en el caso de Lourdes Flores, a veces también se olvida la debilidad del frente interno. El PPC tiene un grave problema fomentado por una camarilla pseudo-liberal que desprecia la doctrina socialcristiana y que actúa impulsivamente, incluso a riesgo de dinamitar a los suyos. Un movimiento debilitado que pacta en medio de una guerra civil normalmente es ultrajado en cuanto se alcanza el poder. Por eso, el político que susurra “átame” al inicio de una campaña siempre ha de tener en cuenta a quién entrega su virtud.