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Da gusto ver a algunos expertos de organismos internacionales -generalmente retrógrados en sus posturas- que empiezan a proponer visiones más acordes con una educación relevante para el siglo XXI. Es el caso de Francesc Pedró, exjefe del Área de Políticas Educativas de la Unesco, quien sostiene que la autonomía escolar, leyes y normas ministeriales más cortas pero duraderas en el tiempo, una menor obsesión por regular, y la eliminación de áreas o asignaturas del currículo nacional, son decisiones cruciales de los gobiernos que quieran estimular el aprendizaje escolar de estos tiempos (“Hay que eliminar las asignaturas de las aulas”, ABC.es 14 07 2019).

Sostiene que los docentes necesitan un contexto que les permita vivir con la tranquilidad de un entorno político educativo estable, así como los empresarios lo requieren del ámbito económico para decidir sobre sus inversiones. Así los docentes pueden centrarse en mejorar sus prácticas docentes y prescindir del vaivén de reformas, para ir girando desde las actividades centradas en el docente a otro enfoque centrado en el alumno.

El liderazgo pedagógico que permite respetar la idiosincrasia distinta de cada colegio es vital. Hay que operar en una lógica de valores y de comportamientos sociales que respeten las diferencias entre cada centro y cada país.

La evaluación del éxito educativo se obtiene mejor mirando el desempeño de la sociedad adulta. En ese sentido, los países nórdicos, sin importar su desempeño en PISA o similares, tienen un sistema que consigue formar jóvenes que se preocupan por la cultura, educación y seguir creciendo.

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