Un impacto negativo en la campaña del Partido Republicano es lo que podría producir las recientes críticas que ha vertido el expresidente de los Estados Unidos George W. Bush a la gestión de su hijo George Bush. El inquilino N° 41 de la Casa Blanca ha creído mejor hacer públicas sus marcadas diferencias con los altos funcionarios que indujeron a su hijo, cuando presidente N° 43 de la nación más poderosa del planeta, a cometer errores con enorme costo para el país. En su libro “Destino y poder: la odisea americana de George Herbert Walker Bush”, Bush padre no esconde su animadversión hacia el exvicepresidente Dick Cheney y el exsecretario de Defensa Donald Rumsfeld, que llegaron a copar tanto al presidente que este no tuvo más remedio que dejarlos actuar a sus anchas. Al primero, por crear “su propio imperio” dentro del gobierno y, al segundo, por mostrarse “arrogante y fanfarrón”. La aparición de las anécdotas de Bush padre, si acaso no son correctamente administradas, podrían promover una crisis al interior del Partido Republicano mermando sus aspiraciones de recuperar el poder político en el país. Los más estresados son los asesores de los precandidatos republicanos que hubieran preferido que las críticas no salieran de las cuatro paredes, pero todo parece indicar que el patriarca de la dinastía Bush estaba decidido a desnudar su pensamiento. El primero en sentir los efectos adversos será Jeb Bush, hijo y hermano de los expresidentes, y precandidato republicano, que hasta ahora no ha podido alejarse de sus sombras. En la política estadounidense, el factor familiar siempre ha sido determinante para bien o para mal.

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