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En su homilía del Miércoles de Ceniza, el papa Francisco nos recordó que de tantas cosas que solemos tener en la mente, “detrás de las que corres y te preocupas cada día, nada quedará. Por mucho que te afanes, no te llevarás ninguna riqueza de la vida. Los bienes son pasajeros, el poder pasa, el éxito termina”. Dios no nos ha creado para correr hacia la esclavitud del vacío y la nada. La Cuaresma “es un tiempo de gracia para liberar el corazón de las vanidades” y “fijar la mirada en lo que permanece”. Para eso, dijo el Papa en la misma homilía y lo repite en su mensaje para esta Cuaresma, los cristianos contamos con tres grandes armas: el ayuno, la oración y la limosna. La oración nos saca de las idolatrías y de nuestra autosuficiencia y “nos libra de una vida horizontal y plana, en la que encontramos tiempo para el yo, pero olvidamos a Dios”. El ayuno nos sirve para combatir “la tentación de devorarlo todo para saciar nuestra avidez”, nos libra “de la mundanidad que anestesia el corazón” y nos ejercita en la “capacidad de sufrir por amor, que puede colmar el vacío de nuestro corazón”. La limosna nos libra de la vanidad del tener y nos ayuda a “salir de la necedad de acumularlo todo para nosotros mismos, creyendo que así nos aseguramos un futuro que, en realidad, no nos pertenece”.

En un mundo que nos quiere hacer creer que la felicidad consiste en darse gusto en todo, vivir para nosotros mismos sin interesarnos por los demás y sin tomar en cuenta a Dios ni a nuestra propia naturaleza, es fundamental alzar nuestros ojos a Jesucristo muerto y resucitado, para descubrir el diseño de Dios para nosotros: “Amarle, amar a nuestros hermanos y al mundo entero, y encontrar en este amor la verdadera felicidad”. Aprovechemos las semanas que nos quedan hasta la Pascua para enrumbarnos por el camino del amor, cargando incluso con la fragilidad propia de nuestra realidad de pecado pero confiados en la misericordia de Dios, para llegar a la Semana Santa deseosos y abiertos a la salvación que Cristo nos ofrece y así, abrazando la vida eterna que Él viene a darnos, como dice el Papa, “ciertamente viviremos en la alegría”.