Con lo transcurrido del gobierno de Pedro Castillo parece claro que el profesor todavía no se sienta en el sillón de Presidente de la República. No hay un solo evento en que haya tenido que exhibir su estatus presidencial en que no haya defeccionado y dejado claro que no calza para el cargo. En el ámbito local como en el internacional, esto es visible y, además, deja flancos de alta vulnerabilidad del Perú incluso en el escenario geopolítico. Pero todo esto podría superarse, o al menos maquillarse, con un buen equipo de consejeros y varias horas de media training.

Si no es posible resolver así el problema es porque Castillo insiste suicidamente en designar personajes vinculados de una u otra manera a Sendero Luminoso, lo que lo vuelve extremadamente débil. ¿Por qué? Porque lo encamina por la senda de la incapacidad moral para gobernar. Pues aunque la narrativa de izquierda ha hecho de todo para limpiarle la cara al terrorismo de los ochenta y noventa, empezando por el Informe de la Verdad y la Reconciliación y culminando en las liberaciones de ranqueados terroristas, no es menos verdad que todavía perduran en muchos peruanos, el recuerdo de esos infaustos días en que el terrorismo marxista-leninista-maoísta, tapizaba con decenas de muertos los tabloides y los noticieros televisivos peruanos por casi veinte años. Por consiguiente, para muchos peruanos, reivindicar a los terroristas con cargos públicos es un hecho inmoral. Es decir, configura la siempre resbaladiza y pastosa incapacidad moral.

Castillo insiste. No reacciona. Entonces pasa de parecer distraído a mostrarse provocador. Y eso es lo que hace con sus ministros predilectos. Está provocando un choque de trenes entre el Ejecutivo y el Legislativo como el que hace casi exactamente dos años llevó al ilegal cierre del Congreso por el entonces presidente Martín Vizcarra. Todo parece indicar que seguiremos el camino de la inestabilidad.