La única posibilidad para que se pueda adoptar un instrumento planetario de carácter vinculante u obligatorio para reducir la contaminación y el calentamiento global es que los mayores productores de gases de efecto invernadero, es decir, China y EE.UU., tomen la decisión de firmarlo y echarlo a andar. Ambos países, los más industrializados del mundo, concentran en conjunto casi el 45% de emisión de los referidos contaminantes en el globo. Es una paradoja que estos dos Estados responsables, seguramente de manera involuntaria, del cambio climático y férreos resistentes al Protocolo de Kioto, que por supuesto jamás firmaron, ahora sean los que estén insinuando en París la adopción del referido texto regulatorio. En la historia del derecho internacional ambiental, particularmente desde la memorable Cumbre de Río de 1992, se han realizado 21 conferencias de alcance universal con el propósito de lograr avances sustantivos contra el cambio climático. El referido Protocolo de Kioto de 1997 quizás haya sido el más importante por mostrar de una manera más orgánica y comprehensiva el compromiso internacional sobre el ambiente. Desde ese evento, todo concluye en una nebulosa de aspiraciones retóricas. Aunque ninguna de las dos potencias ha expresado de manera contundente la decisión de alcanzar el esperado acuerdo vinculante, surge una enorme expectativa para los próximos días en la COP21, dado que la fecha se convierte en crucial al ser la última oportunidad para alcanzarlo, conforme el cronograma de cumplimientos establecido en el pasado. Aunque optimistas, por los antecedentes sigue primando el ver para creer.