Con cada día que pasa el gobierno se gana más detractores. Por lo pronto, para los peruanos ha quedado muy claro que:

a) Castillo no tiene ninguna intención de designar a cuadros mínimamente preparados para ocupar cargos en su gobierno.

b) Sabe perfectamente que la mayoría de los peruanos considera que su gabinete es poco adecuado.

c) Más importante aún: no le importa.

Al fin y al cabo, ¿cuánto importa el desprestigio si se tiene el poder? Aparentemente, no mucho. De hecho, importa tan poco que la izquierda de Verónika Mendoza -esa que se pasó años buscando convencernos de que era progresista y moderada- no tiene reparos en mandar esa reputación moderada al tacho si eso significa aferrarse al poder.

Para mí todo esto es sintomático de algo muy grave que va más allá de los hechos mismos (los hechos siendo faltarle el respeto a una mujer, ser tolerante con el senderismo, entre otros).

Más bien, todo esto me lleva a preguntar: ¿por qué al presidente le importa tan poco la desaprobación de los peruanos? Pues hay dos opciones: o el gobierno está subestimando el potencial de una ciudadanía movilizada, o la ciudadanía está sobreestimando el impacto que su movilización podría tener.

En cualquier caso, preocupa que un presidente perciba que puede llevar a cabo una agenda haciendo caso omiso de las presiones ciudadanas. No solo es una falta de respeto hacia quienes -con su voto- lo pusieron ahí, sino que es premonitorio de un gobierno que simplemente no contempla como opción perder el poder.

Es hora de que cada uno de nosotros se pregunte ¿qué tanto estamos dispuestos a tolerar? Ojalá no sea demasiado tarde cuando todos finalmente tengamos una respuesta.