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Muchos reclaman al sistema educativo la enseñanza de la Educación Cívica. Pero hay que ir más allá; ya no se trata de aprender y construir solo civismo, sino también ciudadanía.

El civismo está delimitado a la relación de los habitantes de un espacio político con el Estado-nación como único centro de autoridad y referencia, en el que lo fundamental es la actividad pública. El concepto de ciudadanía es mucho más amplio; es fruto de un largo proceso histórico en el que intervienen personas, pueblos, estados y sociedades. Se concibe a la ciudadanía como un conjunto diverso y amplio de manifestaciones humanas que, además de considerar la legislación y las conductas cívicas, implica: identidad, derechos humanos, deberes, valores y actitudes, vínculos interpersonales, así como reciprocidad de las personas con la sociedad. Todo ello en un marco de pertenencia de los ciudadanos a los espacios local, regional, nacional y mundial, en los que “están y conviven” y en los que “toman posesión y posición”.

La ciudadanía implica que las personas de un territorio participen pacíficamente con tolerancia y que estén integradas y valoren la diversidad, la igualdad, la interculturalidad y la inclusión como principios indispensables de las sociedades contemporáneas.

La construcción de una sólida ciudadanía incluye, sin duda, aprendizajes y comportamientos cívicos. Pero abarca, además, saberes y desempeños ético-morales, ambientales, de seguridad y protección, de defensa nacional, de conservación de la salud física, mental y social, así como de prevención e intervención ante riesgos y desastres.

Es conveniente tener presentes estos conceptos Y, en estos días, es un imperativo nacional preservar y fortalecer todos -Estado y sociedad- nuestra ciudadanía republicana, constitucional y democrática. Todo ello para contribuir al desarrollo económico sostenido y humano de nuestra patria.