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Visité hace varios años una escuela primaria privada del interior del país con infraestructura, materiales educativos, laboratorios, bibliotecas, tecnologías, buen currículo, psicólogos y profesores con formación universitaria. Como puede verse poseía buenas condiciones para un servicio educativo de calidad. No obstante a los directivos de esta institución les preocupaba la existencia en el personal docente de conflictos, frustraciones, desmotivaciones, desganos, y desconfianzas. Y es que estos sentimientos no permitían un desempeño eficaz en el quehacer pedagógico para que los educandos desarrollen las competencias de aprendizaje, que al final de cuentas, es la misión de cualquier centro escolar.

Por lo señalado, era indispensable para una óptima gestión educativa de este plantel , y lógicamente de cualquier otra institución de enseñanza, mejorar urgentemente el clima escolar para que encarne no solo sentimientos positivos y afectos permanentes, sino también valores y actitudes que se espera aprendan y pongan en práctica los estudiantes.

Par el efecto, entre otras medidas y estrategias, para el inicio del afianzamiento de las fortalezas y la superación de las debilidades descritas fue necesario, en principio, generar un espacio de escucha y diálogo abierto y confiable para que se sientan tomados en cuenta, acogidos, entendidos y atendidos. Así comenzó una experiencia que después de varios meses avanzó favorablemente. El liderazgo, el principio de autoridad, el trabajo en equipo, la motivación, la innovación y la capacitación comenzaron hacerse visibles, lo cual contribuyó a que los buenos espacios pedagógicos, recursos del colegio y el currículo prescrito se movilizaran en favor de mejores niveles de aprendizaje y de formación integral de los educandos, es decir, de calidad educativa.

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