El atentado en la víspera perpetrado por el Ejército de Liberación Nacional, el grupo terrorista colombiano que persiste en su actitud recalcitrante queriendo imponer la violencia como regla en este país, revela que no tiene la más remota intención de propiciar las condiciones para un acuerdo con el Estado colombiano. Hace bien, entonces, el joven presidente Iván Duque, en concluir de que la vil acción terrorista -con el registro de una suboficial herida- contra las instalaciones de la Fuerza Aérea Colombiana, es un acto “cobarde y miserable” y en consecuencia, que se trata de “una demostración más de que el ELN no tiene ninguna voluntad de paz con Colombia”. Debemos añadir de que el ELN ya podría tener calibrado algún nivel de conexión con la disidencia de las exFARC, por lo que no puede perder de vista a las movidas del ELN. Por anterior, entonces, Duque ha reaccionado conforme lo esperado. El mandatario, hijo político del expresidente cafetero Álvaro Uribe, además, sabe muy bien que al final de su gobierno será sometido al juicio político-social de la ciudadanía que, como nadie, vivió el trauma de más de 53 años de violencia estructural en el país, por lo que no podrá librarse de ser calificado por lo que haya hecho para sellar la paz que los colombianos hasta ahora sienten a medias desde que en 2016 fuera firmado el acuerdo con la entonces Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, hoy las exFARC. De otro lado, convendría que los medios internacionales cuando se refieran al ELN lo hagan como lo que son: terroristas y no guerrilleros, dado que son dos condiciones distintas de conformidad con el derecho internacional. Las guerrillas gozan del status de sujeto de derecho internacional, es decir, tienen reconocimiento internacional porque cuentan con derechos y obligaciones y respetan las reglas convencionales de la comunidad internacional, lo que no pasa con los grupos terroristas como el ELN o con Sendero Luminoso en el Perú, que son anárquicos por naturaleza. ¡Ninguna tregua para los terroristas!.