Hace casi 3 meses, la historiadora Carmen McEvoy publicó una columna recordando cuánto ha imperado en nuestra historia republicana el "canibalismo político". El ejercicio del poder para devorarse e imponerse a los adversarios, en vez de para buscar el bienestar del país. McEvoy ya advertía entonces que, en el contexto actual de desborde sanitario, la voluntad de servicio debería destronar a la dañina voluntad de poder.
Lamentablemente, lo que hemos visto esta semana en los acontecimientos que llevaron a la denegación del voto de confianza al Consejo de Ministros, no es otra cosa que un nuevo episodio de esta vieja y funesta actitud en la que priman los cálculos políticos y los intereses ajenos, sobre el bien nacional. Así pues, resulta insólito e indefendible que la primera vez que un Congreso bloquea la instalación de un gabinete, bajo esta Constitución, se haya dado en el medio de la crisis más grave de las últimas décadas.
Tanto desde el Parlamento, como desde el Ejecutivo, no podemos seguir en un enfrentamiento que desgasta, distrae y malgasta recursos públicos. Es precisamente ahora que deben quedar suprimidas las diferencias personales, los egos, la necedad ideológica y los cálculos electorales. Lo que debe primar es el entendimiento y el trabajo articulado. Si en el medio de una emergencia histórica no somos capaces de dialogar, de unirnos para salvar el país, ¿qué optimismo puede tener la ciudadanía?
Cuando las generaciones venideras estudien este momento, seguramente lo calificarán como uno de los retos más grandes que tuvo el Perú republicano. Hoy, cada uno de los actores políticos tenemos la posibilidad y la obligación de decidir cómo queremos ser recordados por la historia.