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La omnipresencia de internet para todo tipo de comunicaciones lleva a pensar que las interacciones en las comunidades digitales paulatinamente sustituirán las presenciales, tanto en lo profesional, comercial, familiar y amical.

Sin embargo, las digitales no incorporan los gestos ni las señales personales y sociales de modo similar a las presenciales, cara a cara, haciendo más difícil a las personas leerse unas a otras, generar empatía y crear confianza para el intercambio más profundo. Compartir la felicidad o necesitar confort adquiere mayor significado en las interacciones humanas personales que en las digitales, las cuales, por lo demás, son más esporádicas, asincrónicas y espaciadas.

Las redes sociales y las comunicaciones digitales son más efectivas para difundir hechos y rumores que para crear nuevos patrones de conducta o hábitos, o para construir una buena imagen de una persona o de una empresa. Sin embargo, cuando esta se ha instalado en el imaginario colectivo, los medios digitales sí pueden ayudar a recordarlos, reiterarlos y reforzarlos.

Las redes sociales amplifican la polarización, facilitan la expansión de la información, rumores, mentiras, troles; son cajas de resonancia para todo, incluso incitaciones al odio, mientras enturbian o marginalizan a los portadores de la “información correcta y verificable” o a quienes procuran sostener posturas constructivas y conciliadoras. No es un medio para crear consensos. Pueden desestabilizar la gobernabilidad, pero no construirla o sostenerla (Thomas Friedman, “Thank you for being late” págs. 298-300).

Otra arista para la ciudadanía digital.