Lo dije hace poco en las redes sociales y lo mantengo: “La derecha conservadora es la nueva vieja izquierda”. Y es que, como la izquierda “jurásica” que era más activa años atrás, la derecha más radical de hoy sufre de “conspiracionitis”, elucubra afiebradas teorías y, sinceramente, resultan una amenaza real a la democracia por lo creciente de su tendencia.

Esta derecha conservadora, como ya varios especialistas lo han advertido, suele ser seguidora de personajes como Donald Trump o Jair Bolsonaro. No quiere decir que todos los seguidores de estos líderes políticos lo sean, pero sí un gran sector de ellos. Y hay otra característica que ha sido muy visible sobre todo en esta pandemia: son antivacunas, descreen de la ciencia, pero le tiene fe ciega a productos no acreditados por la investigación científica. Por ejemplo, las curas “milagrosas” contra el coronavirus, en especial la ivermectina o el dióxido de cloro.

La vieja izquierda veía oligarcas hasta debajo de las piedras. Alucinaban con un orden mundial de oligarcas crueles y despiadados manejando a los medios y a todas las organizaciones en nombre del dios llamado Capital. Por supuesto que hay situaciones o circunstancias que pueden favorecer a la creencia en estas teorías, como ocurre ahora con las conjeturas de la derecha conservadora.

La derecha conservadora considera que hay una especie de organización de progresistas (a los progresistas también los ven hasta debajo de las piedras) que quieren homosexualizar al mundo para destruir a la familia y eliminar la procreación o algo así; y son estos mismos quienes -a su entender- quieren imponer el miedo a la pandemia y meter chips en las vacunas. A algunos esto les parecerá broma, pero es una tendencia en el mundo que ya llegó hace rato al Perú. Algunos de ellos (quizás varios de ellos) marcharon contra la cuarentena en Lima.

El riesgo es que estas teorías pueden incursionar en la campaña electoral. Como de a pocos se aprecia. Y esto sí ya no daría risa.