Hablar de una nueva Constitución siempre ha estado en la agenda. Lo estuvo antes de la Carta Magna instaurada en el gobierno del condenado Alberto Fujimori, y lo vuelve a estar 17 años después. ¿Estamos preparados para modificar el documento más importante del país? Creo que no en este momento, en el que algunos quieren pescar a río revuelto. ¿Y para cuándo?
En un país tan divorciado de la estabilidad política es difícil responder a dicha interrogante. Por eso, quienes quieran imponer esta agenda en plena crisis estarían faltando a su amor por el país. Es más, estoy casi seguro que la mayoría de la calle no sabría responder en qué quieren que se cambie.
El modelo económico es, en general, a lo que apuntan quienes consideran que es momento del debate. Oigan, pero si eso no se ha visto en las recientes protestas de los jóvenes, cuya lucha central fue echar al sátrapa de Manuel Merino y a los 105 congresistas que votaron por la vacancia de Martín Vizcarra.
No es la Constitución la que está fallando, sino las personas que la manipulan. Tenemos un compilado de derechos que son pisoteados desde un Congreso maloliente, de ralo nivel intelectual. Entonces, ¿por qué volver a la cantaleta de la nueva Carta Magna cuando lo que urge es elegir mejor a las autoridades?
Si el problema del modelo económico es la mala repartición de la riqueza, entonces habrá que pedirle a los gobernantes de turno que apliquen su criterio social al momento de distribuir el presupuesto. Por ejemplo, es cierto que el Ministerio de Economía y Finanzas sobrepone el gasto mínimo por el gasto de calidad, pero ¿acaso existe una directiva constitucional al respecto? No.