Cuando se le pregunta a los peruanos cómo describirían a Dina Boluarte, la palabra más repetida es “corrupta”, según Ipsos Perú. No es la única: también figuran “incapaz”, “ineficiente”, “mala” y “pésima”. No estamos ante una opinión aislada, sino frente a un juicio colectivo y lapidario. Sin embargo, la presidenta, envuelta en su propio espejismo, insiste en que ha hecho más que muchos por el país. En su último mensaje a la Nación, incluso se atrevió a proclamarse salvadora de la patria. El problema es que nadie le cree.

La desconexión entre la presidenta y la ciudadanía ya es abismal. Mientras el país se ahoga en criminalidad, corrupción e inestabilidad política —las tres principales causas de vergüenza nacional según los encuestados—, Boluarte prefiere repetir cifras inconexas, frases rimbombantes y una narrativa triunfalista. Su discurso parece escrito para una vitrina internacional.

La mandataria se dedica a enumerar fantasías, como si con solo nombrarlas se hicieran realidad. En vez de recoger los reclamos de una ciudadanía desencantada, opta por alejarse aún más, subida en la tarima de una soberbia que huele a encierro palaciego.

Los psicólogos afirman que, para salir de una crisis, hay que renegociar los vínculos. Pero esa renegociación exige honestidad emocional, capacidad de reconocer el daño y voluntad de cambio. Nada de eso ha mostrado la mandataria. Su gestión ha sido incapaz de conectar con el sentir popular. No ha logrado establecer ese lazo mínimo de empatía que hace posible el liderazgo en tiempos difíciles.

Tal vez por eso crece el pesimismo. El porcentaje de ciudadanos que cree que el futuro del país será peor ha aumentado del 16% en 2023 al 30% en 2025, según IEP.