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Se denomina crianza (“parenting”) a los actos atribuidos a padres o a tutores para promover y apoyar el desarrollo físico, emocional, social e intelectual de un niño durante sus primeros años de vida.

Antiguamente no se debatía la función de ser padre o madre porque tenía referentes en el propio hogar, en el que experimentaban la crianza a cargo de padres y de abuelos que transmitían sus saberes espontáneamente de generación en generación. Al acabarse esa fuente tradicional de aprendizaje y de adquisición de competencias, ahora se acude a libros, blogs y conferencistas para llenar el vacío. Los padres aprenden las “cosas de la vida” yendo a la escuela, la universidad y luego al trabajo, en donde adquieren un modelo de aprendizaje cuyo objetivo es modelar las actividades de las personas orientándolas hacia una meta preestablecida. Asumen que hacer las cosas siguiendo cierto patrón de crianza asegura el éxito. Las tradiciones han sido reemplazadas por las prescripciones. Acciones espontáneas y afectuosas de cuidado de los niños se han convertido en planes de gestión de su desarrollo.

Sin embargo, acá viene el problema. Ese modelo no funciona. El rol de los padres y de los maestros no es diseñar o perfilar la vida de sus hijos o de sus alumnos, sino ofrecerles un espacio protegido en el cual ellos puedan producir nuevas maneras de pensar y actuar, que se parecerá muy poco a cualquiera que hubieran podido anticipar. Ello está en la base de la evolución biológica, es lo que emerge de los estudios empíricos del desarrollo de los niños y debería estar en la base de las nuevas propuestas de educación escolar.