¿Cuántas veces el nombre de Alberto Fujimori dividirá al país? Entre su desencierro y la muerte en la cárcel nos hemos pasado ya dos décadas, en las que nuestra clase política ha sacado provecho de su permanencia en la agenda de campaña, así como ese plan B de cada gobierno desde que fue recluido en una cárcel en el país.

Leía en las redes sociales que los antifujimoristas no existirían sin los fujimoristas y, de regreso, se señala que estos últimos no deberían tentar ningún cargo. Sin embargo, es curioso que muchos de los primeros hayan hecho su carrera política por ser los antagonistas de la familia Fujimori y sus simpatizantes. Ambos se necesitan.

Antes, durante y después de cada campaña electoral, el antifujimorismo asume su postura de lucha contra la corrupción, de ataque a los rezagos de la década de los noventas y de su sucesora Keiko Fujimori. No lo hacen en sí porque deben luchar contra los corruptos, sino porque saben del bolsón de votos que van a pescar.

Mientras tanto, los herederos de los noventas suelen recurrir al pasado para resaltar la gestión de su máximo líder, sabiendo que la nostalgia de la mano dura dictatorial les dará resultados electorales. No por nada, ese público cautivo de cerca del diez por ciento de peruanos logra en los últimos años las finales presidenciales más dramáticas.

El indulto a Fujimori, a quien no reconocen como presidente sino como un dictador, nació trucho por la compra de votos en el Congreso. El fallo del TC a favor de dicho dictamen, promovido por PPK, no solo ha conseguido abrir la herida del país, sino que logrará robustecer, políticamente, a quienes por años viven del tema.