En los primeros meses de la pandemia, se hicieron notorias las ventajas del teletrabajo, en cuanto a la flexibilidad para los empleados, mayor comodidad en la vestimenta y organización familiar, y una expectativa de mayores ganancias, productividad y retención laboral para sus empleadores. Pero al cabo de los meses empiezan a aparecer signos de interrogación, tal como lo sugiere la columna del NYT “The Rise of Remote Work Can Be Unexpectedly Liberating” (Jessica Powell, 25/09/2020)

Esta modalidad de teletrabajo puede disminuir la lealtad y el compromiso de los empleados, lo que obligaría a los empleadores a desarrollar novedosas estrategias de disfrute y retención.

Los empleadores y los empleados ya comienzan a expresar sus preocupaciones sobre el impacto aislante a largo plazo del trabajo remoto. Los trabajadores se pierden los mini encuentros de café, corredor y almuerzo que permiten esas micro-descargas de tensión que tienen una magia aglutinadora que no se puede reproducir a distancia, dado el límite de tolerancia respecto a la conexión por video que tiene la gente.

Esta situación podría derivar en empleados cada vez más mercenarios que empiezan a reducir el valor de los fuertes lazos sociales y contactos en la oficina para centrarse solamente en lo beneficios directos de su trabajo personal, con una fuerte pérdida en clima y lealtades institucionales.

Por el lado de los empleadores, los lleva a distanciarse de sus trabajadores y perder los reparos para intercambiarlos, sin que medie una conexión personal que frene un despido.

Es hora de imaginar también estos escenarios.