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Cuando los padres presionan a la escuela para desistir de trabajar sobre la educación sexual, procurando colocarle límites por temor a que aparezcan temas sobre la sexualidad lésbica u homosexual o sobre la anticoncepción, lo único que están haciendo es renunciar a la instancia escolar para que los jóvenes tengan la oportunidad de abordar asuntos que son invisibles en la mayoría de hogares.

Con ello, los dejan expuestos a modelar su sentir y su conducta a partir de lo que ven en los medios, en la calle o según lo que les dicen sus pares tan angustiados y desorientados como ellos.

Tanto el joven como la joven que no tuvieron la oportunidad de informarse y reflexionar en un ambiente orientador como el de un aula escolar heterogénea tenderán a discriminar a quienes les parezcan diferentes; además, en cuando fluya su curiosidad o deseo sexual, se dejarán llevar por el impulso y la emoción del placer momentáneo, por no tener una posición tomada con anterioridad, producto de la información y de la reflexión oportuna. Ambas son conductas no deseables que se intentan revertir con la educación.

¿Debe renunciar el Estado a su responsabilidad de velar por el bien común impidiendo que sean abordados estos aspectos cruciales de la formación ciudadana en la escuela obligatoria para satisfacer los temores o las preocupaciones de algún grupo de interés?

En aquellos casos en los que los hogares sí asumen un rol activo en el tema, ¿en qué les afecta que también lo haga la escuela? ¿Tanto temor tienen a la debilidad de su abordaje y de su influencia sobre sus hijos, que los lleva a asumir que en la escuela se distorsionará su visión?