“Defender la alegría como una trinchera / defenderla del escándalo y la rutina / de la miseria y los miserables / de las ausencias transitorias / y las definitivas”. Este poema de Mario Benedetti - popularizado por Juan Manuel Serrat, que lo musicalizó - resulta duro de leer en estos tiempos de emergencia. ¿Cómo defender la alegría en medio de tanta tristeza? ¿Cómo sonreír sin que parezca una impertinencia frente al dolor instalado en todo un país? ¿Cómo defender algo que parece estar abandonándonos cada día, sin descanso, con cada reporte oficial?

Son tiempos duros para la alegría. Durísimos. Y quizás por eso resulte tan importante su defensa. No como una falsa imagen de catálogo ni como una agobiante obligación social, sino como el último refugio de resistencia que tenemos en estos momentos para ser fuertes, o por lo menos para intentarlo. Nadie sabe con certeza cuánto tiempo más viviremos en emergencia, ni lo que eso significará en dos semanas o seis meses. Lo que sí sabemos es que en otros momentos difíciles ha sido la alegría la que ha brillado como luz en medio de la penumbra. Para guiarnos, para inspirarnos. Sin la alegría no puede haber esperanza, pues no habría qué la sostenga. Y sin la esperanza cualquier esfuerzo parece fútil, destinado a enroscarse y desaparecer.

Por ello resulta tan importante mantener viva la alegría, así sea tímidamente, así parezca algo anacrónico o inoportuno. Como bien dice Benedetti, hay que defender la alegría como una certeza y como un derecho. De ahí obtendremos la energía para seguir, para vencer.

Porque pese a todo, y con mucho dolor a cuestas, vamos a vencer.