Una de las características del ejercicio del poder es buscar instalar una idea propia como si fuera algo real. Es decir, convertir sus argumentos en una verdad. De pronto, por eso, ayer la vicepresidenta Dina Boluarte arremetió contra la prensa, como si esta cometiera una herejía al cuestionar la presencia de personas con presuntos vínculos con grupos terroristas. Es evidente que quiere que su punto de vista sea el ideal y que la libertad de informar se adapte a sus deseos.
“No estamos informando de manera adecuada a la sociedad. Basta, basta a los señores de la prensa, seamos proactivos, positivos”, dijo con cierta actitud destemplada. Si el Gobierno está plagado de improvisados y simpatizantes de Sendero Luminoso, no sabe adónde ir ni como acumular fuerzas para darle estabilidad al país, la vicepresidenta no puede reaccionar como si fuera un sacrilegio el cuestionamiento de la prensa. Debería ser más prudente y analizar la coyuntura con objetividad ya que la prensa no puede inventar algo que no está. No tiene ese poder.
Decir que la prensa no informa como debe ser es una afirmación definitivamente falsa cuando se la confronta con los hechos. Parece que su único interés es buscarse enemigos artificiales, motivado por el temor y la pusilanimidad que le provoca el reto estrictamente político: superar la crisis que vive el país y encauzar la economía hacia el desarrollo.