Tuve la suerte de conocer a don Arturo Salazar Larraín a raíz del doctorado honoris causa que la Universidad San Ignacio de Loyola le otorgó hace unos cuantos meses. Don Arturo fue honrado por su extraordinaria defensa de un periodismo basado en la verdad y las instituciones democráticas. Formado por maestros de la talla de Jorge Basadre y Pedro Beltrán, don Arturo tenía tinta en las venas y fue historia viva del Perú. Todo aquello que perdura en una República ha sido hecho por la mano de patriotas con nombre y apellido. Don Arturo fue uno de ellos. Llevó su patriotismo funcional a los libros, al ejercicio del periodismo, a la política.

Salazar Larraín será siempre un ejemplo para el periodismo nacional. Vivimos en una era de pensamiento líquido y relativismo cultural. El propio periodismo duda de la transmisión de la verdad. ¿Cómo pueden los medios de comunicación transmitir la verdad si los periodistas no creen en la existencia de la propia verdad? ¿Cómo hablar de aquello en lo que no crees? El relativismo es la moda dominante y la guerra cultural que padecemos también se refleja en la crisis de la verdad. Una civilización del espectáculo promueve la posverdad e infiltra a los medios de comunicación intentando hacer pasar doxa por episteme. Y esto está en el centro de la crisis presente.

A lo largo de su vida, don Arturo defendió la existencia de la verdad y combatió por ella hasta el último segundo. Deja tras de sí una estela de honestidad y patriotismo. La vida no termina, solo cambia. Volveremos a encontrarnos en la patria celestial.