El libro se llama “Las guerrillas en el Perú y su represión”, editado por el Ministerio de Guerra en 1966. Puede usted acceder a él, en pdf, está alojado en la web de Calameo, poniendo el título en cualquier buscador. Me ahorrará la penosa tarea de reproducir aquí la macabra forma en que el terrorista (entonces se les llamaba guerrilleros) Hugo Blanco le destroza el cráneo con una barreta al policía Briceño, tras el asalto a un puesto policial de La Convención, Cuzco. Ahora, 54 años después, cómo da vueltas el mundo.
Entonces, el Estado combatía con las herramientas de la ley a los focos de la subversión impulsada por el comunismo cubano, que perseguía extenderse al Perú. Hoy, este mismo Estado le financia un documental que es un elogio a la gesta del héroe revolucionario. No me queda claro si la tolerancia admite y reconcilia estos extremos. Si es así, habría que ir mejorando la imagen de Caín, aquel que mató a su hermano Abel en los tiempos bíblicos. Total, si el fin justifica los medios, ya podríamos ir cambiando y volviendo opcionales nuestros prototipos del bien y del mal, reduccionismo que ya da vergüenza referir por parecer simplón y simplista. Gracias al relativismo todos felices y contentos. El asunto es que los gobiernos y quienes eventualmente lo administran, según el color ideológico que tengan, pueden financiar proyectos e iniciativas acorde con sus ideas, pero con el dinero de su bolsillo. No con el presupuesto de todos los peruanos, que no tenemos una ideología en particular, es decir, cada una tiene la suya, por lo que políticamente somos plurales y heterogéneos. No tenemos partido único. A ver si lo entienden.