La educación tradicional está alineada con la historia en el sentido de que ambas miran el pasado como su fuente de abordaje para sus propuestas. La educación innovadora está en la antípoda de la historia en el sentido de que toma distancias de las ataduras del pasado para imaginar propuestas educativas que hagan sentido para el mundo por venir.
La educación tradicional analiza el pasado tratando de detectar qué fue lo que hicimos, cómo nos fue, qué podría haber sido diferente; y con esas lecciones se corrige la propuesta presente. No obstante, eso supone que el futuro será una prolongación lineal del pasado; por lo que pulir las fallas del pasado supone mejorar lo necesario para el futuro. Esa presunción no vale en ningún campo de actividad de vanguardia, mucho menos en educación.
Por ello, la educación innovadora suelta las amarras del pasado y parte por analizar el futuro deseable y posible, desde el cual plantea una educación para que los niños de hoy se formen de modo que lleguen en buenas condiciones para lidiar con los retos de ese futuro.
En suma, en lugar de partir de los incas como referente para el diagnóstico, parte de la sociedad de los robots, la inteligencia artificial, el diseño y la ciudadanía digital. Desde allí, se pregunta qué requerirían los niños de hoy para cultivar las capacidades que los volverán solventes en el presente y en el futuro.
Harían bien los padres en preguntarse por qué hay tanta insatisfacción por la disfuncionalidad de nuestras sociedades así como tanta angustia y frustración por las carencias emocionales y sociales de un creciente número de escolares.