Hoy más que nunca es fundamental incentivar en nuestro país una educación emprendedora. Una educación realista y no utópica, una educación que forme a la generación del Bicentenario en la virtud y la búsqueda del bien común, no en el abandono egoísta y la satisfacción momentánea. Solo el emprendimiento salvará al Perú. Ciertamente el Estado tiene mucho que hacer ayudando a los jóvenes a no dejar los estudios. Un joven que abandona las aulas será presa fácil de esas ideologías radicales que pregonan la revolución como remedio a los males sociales. Las utopías sangrientas han hecho mucho daño a nuestro país. Por eso la disyuntiva es fácil: educación o revolución. O educamos a nuestros jóvenes o los tendremos en las calles incendiando el país, subyugados por la prédica de una violencia supuestamente transformadora.

Ser emprendedor es fundamental para cualquier joven del Bicentenario. El emprendedor busca trabajo de una forma distinta: lo construye él mismo. El emprendedor genera puestos de trabajos utilizando su imaginación y su capacidad profesional. Los meses, tal vez los años que vengan serán difíciles para todos, especialmente para los jóvenes. Pero la salida siempre, en todas las épocas, pasa por la audacia.

Los jóvenes son audaces y emprendedores, no tienen miedo y convierten la crisis en oportunidad. El Estado debe facilitar el emprendimiento, fomentando una educación emprendedora, tecnológica, adecuada a la realidad nacional, que busque la solución de los problemas y no se agote en los diagnósticos. Si algo debe quedar de esta pandemia es que hemos de adelantarnos a los problemas en aquellas áreas fundamentales para nuestra supervivencia: salud, infraestructura, trabajo. Y para eso la educación es esencial.

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