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¿Cómo se puede formar una nueva generación de científicos si es que no hacen en la vida escolar aquello que suelen hacer los científicos? Es lo que se pregunta Daniel T. Willingham e intenta contestar en su libro Why doesn´t students like school? (Josseybass, 2009, cap. 6).

El profesor de la escuela tradicional explica o hace leer a los alumnos un texto, digamos de biología, física o química; seguidamente, hacen un experimento en el laboratorio siguiendo la guía ad hoc para que los alumnos comprueben el hallazgo esperado. Si no sale lo esperado tienen, que repetirlo hasta que resulte lo esperado. Pero ¿qué tiene de investigación científica todo esto? Los científicos usualmente no saben cuál será el resultado de un experimento antes de hacerlo, y es a partir de ello que empiezan a interpretar los resultados, que muchas veces son sorpresivos y hasta contradictorios, mientras imaginan algún posible resultado, para lo cual modifican y ajustan las variables hasta llegar a algún hallazgo consistente.

Lo mismo ocurre con el trabajo de los historiadores, quienes jamás leen libros para memorizar lo que dicen, sino como base para explorar documentos originales o secundarios y teorías mientras construyen interpretaciones y narrativas propias de los eventos históricos.

En términos de metodología de trabajo escolar, asumir este enfoque supone imaginar al estudiante como constructor de sus propios conocimientos a partir de la investigación. Eso significa renunciar a controlar los resultados de lo que estudian los alumnos en aras de favorecer la construcción de su pensamiento original y autónomo.