En la actualidad vivimos una tormenta perfecta desatada dentro de un proceso electoral y a pocos meses del bicentenario: tres presidentes en una semana, pero un mismo programa de gobierno, cuarentenas erráticas, contratos públicos de contenido desconocido, altos funcionarios con trato sanitario preferente, estudios clínicos fallidos, sin vacunas, incapacidad pública para construir plantas de oxígeno en serie, así como también para instalar la logística sanitaria necesaria para una intensiva atención ciudadana.

Por todo lo anterior, denominamos “efecto teflón” a un estilo de gobernar sin asumir la responsabilidad política, es decir, la capacidad de una institución o alto funcionario para valorar sus resultados en el ejercicio del poder, y decidido a poner su cargo a disposición del Presidente de la República. La política del gobierno de transición, alicaída en las encuestas, también pareciera gozar de un efecto teflón cuando no produce la decisión parlamentaria de censurar al gabinete si no renuncian los ministros responsables.

Si bien resulta imprudente un cambio de gabinete a diecisiete días de las elecciones generales, el efecto teflón también se observa al interior del ejecutivo: su inicial negacionismo a la presencia de una “segunda ola” del Covid-19, la polémica performance presidencial en medio de una pandemia, la falta de transparencia del gobierno, una deficiente gestión sanitaria y exministras que contradicen versiones surgidas desde Palacio; un conjunto de acciones erráticas que no producen un mea culpa del Jefe de Estado para decidir un gradual cambio ministerial en los sectores más sensibles, convocando a los mejores para integrar el gobierno de transición sin importar sus convicciones políticas e ideológicas hasta la trasmisión de mando. El ejercicio del efecto teflón en el tiempo complicará más el estado de la salud y economía nacional, pues serán más graves de resolver al nuevo gobierno.

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