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En la Medicina, es común averiguar cuáles son los efectos secundarios de los medicamentos; por ejemplo, los antiinflamatorios y la gastritis, la quimioterapia y la caída del cabello, etc. Por ley, la literatura de efectos acompaña al medicamento. Lamentablemente, en educación ello no ocurre. Se aplican estrategias pedagógicas exitistas sin alertar de sus efectos secundarios de corto o de largo plazo, y luego se lamentan las consecuencias de la aplicación de estrategias equivocadas.

Por ejemplo, felicitar a los alumnos por sus altos logros puede alentarlos a seguir obteniendo esos logros, pero no pocas veces a costa de que empiecen a buscar las tareas más sencillas para no correr el riesgo de salir mal y no recibir el reconocimiento esperado. Entrenar a los alumnos para pruebas de matemáticas o de lectura puede lograr que mejoren sus puntajes, aunque a costa de mecanizarse para esas pruebas, ajustarse a su formato y acostumbrarse a los problemas tipo. Con ello, se reduce su pensamiento original, su creatividad y su capacidad de exploración de rutas alternativas y no convencionales para resolver problemas; además, las áreas que no son evaluadas se desprestigian y se desatienden, como ocurrió con las ECE.

Usar notas y orden de méritos puede estimular el esfuerzo de algunos alumnos; pero también puede intimidar, desalentar y avergonzar a otros; así se generan fuertes tensiones entre pares, propias de situaciones de competencia, facilitando el bullying y el daño al clima de convivencia.

Es importante que sean educadores expertos y no economistas, abogados o sociólogos los que lideren las decisiones sobre las estrategias pedagógicas del Minedu.