La palabra “silencio” proviene del latín “silentium” que significa abstención de hablar o ausencia de sonido. Usualmente, se sostiene que el silencio es signo de sabiduría y que la locuacidad puede, muchas veces, ser signo de estupidez. El poeta griego Eurípides decía que, “…si tienes palabras más fuertes que el silencio, hables y que, si no las tienes, guardes silencio”.

En pleno siglo XXI, vivimos en una sociedad llena de ruidos y sonoridad, muy acostumbrados a conectarnos con el exterior y muy desacostumbrados a conectarnos con nosotros mismos. Vivimos rodeados de tanto ruido la verdad, que muchas veces guardar silencio se convierte en una causal de ansiedad. 

Sin embargo, la práctica de guardar silencio nos proporciona un espacio valioso y único para conectar con nosotros mismos en abstención de poses o mentiras, y ordenar nuestros pensamientos e incluso ordenar nuestras palabras y expresar, después, nuestras ideas de un modo más adecuado y con mayor creatividad.

Investigaciones sobre los beneficios del silencio llevadas adelante por Santiago Nader, director de la Sociedad de Mindfulness y salud de Argentina, señalan que el silencio promueve en el cerebro la neuroplasticidad, es decir, la capacidad de reorganizarse y de cambiar, promoviendo el desarrollo de nuevas neuronas en el hipocampo, área encargada de la formación de la memoria y la percepción sensorial, concluyendo en que el silencio no consiste simplemente en callarse, sino más bien en una disposición interna a escuchar.

Así, algunas pequeñas reglas esenciales que podrían ser de gran utilidad para ciertos personajes de nuestra política local y convertirse en sencillos salvavidas para sobrevivir y evitar el cargamontón del bulling popular, podrían resumirse en: Callar cuando otro habla, cuando no tienes nada agradable que decir de los demás, cuando te tienta el impulso de la adulación o zalamería por el superior, cuando estas enojado o cuando no tienes idea de lo que estás hablando. 

En general, es mucho mejor callar y dejar que las personas piensen que eres ignorante, a abrir la boca con locuacidad y despejar cualquier duda. Y que conste que cualquier similitud de lo dicho con la realidad es, por supuesto, una mera y coincidente casualidad.