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En octubre del año 2013, asumí la dirección de Correo en el centro del país. Una de las primeras personas que me dio la bienvenida en Huancayo fue el arzobispo Pedro Barreto Jimeno. Me invitó a su sede, al costado de la Catedral, y lo primero que me impactó fue una foto suya en su escritorio con el papa Francisco. No era la clásica imagen de dos tipos circunspectos mirando a la cámara por simple formalismo; era un retrato emotivo. Ambos estaban caminando, abrazados, sonriendo como dos viejos amigos.

Luego, hablamos sobre nosotros. Pedro Barreto cayó en la cuenta de que los dos éramos foráneos y teníamos la gran responsabilidad de servir a esta región con mucha fe y sin amilanarnos ante las adversidades. Me contó que lo habían insultado y hasta lo amenazaron de muerte, todo por enfrentarse a la poderosa Doe Run en favor de los pobladores.

“Me acuerdo que en setiembre del 2004 me trasladaron de Cajamarca a Huancayo. Uno de esos días, cuando viajaba de Lima hasta aquí, me encontré con la Carretera Central bloqueada a la altura de La Oroya. Se trataba de una huelga indefinida de los trabajadores de la Doe Run, que exigían al Congreso ampliar el Programa de Adecuación y Manejo Ambiental (PAMA) y que la metalúrgica funcione sin problemas. Vi a una anciana morir, a niños que sufrían y me pregunté a quién beneficia este reclamo, quién lucraba con todo este sentir de los obreros. Obviamente, era a la empresa, que utilizaba a los trabajadores mientras La Oroya respiraba aire tóxico y casi todos los niños tenían plomo en la sangre. Entonces, luché por la solución a la problemática medioambiental. Solo cumplí con la misión de la Iglesia de proteger a la creación”, me contó.

Me alegro de su designación como nuevo Cardenal del Perú. Creo que con su esfuerzo y valor la Iglesia católica se pondrá a la altura de las demandas de sus seguidores.