Con el regreso de los estudiantes a sus colegios, se ha conocido por los medios de comunicación de casos de acoso y agresión escolar (bullying). Según el Ministerio de Educación desde marzo a mayo se han reportado 1,139 denuncias por violencia física, psicológica y sexual entre escolares en el país. Y era esperable que ocurrieran después de dos años de aislamiento y encierro social de niños, niñas y adolescentes en sus casas.

Por ello es fundamental poner gran atención a la tutoría con un cercano y consistente acompañamiento socio emocional a los escolares aplicando, además, una disciplina positiva con sanciones apropiadas que sean reparadoras. Desde luego sin descuidar la recuperación de los aprendizajes previos para luego recién desarrollar los nuevos saberes del área y grado.

El bullying es un fenómeno muy antiguo y grave que se produce estrictamente entre alumnos, entre pares, en contextos escolares, ya sea presencialmente y/o a través de las tecnologías de la comunicación e información (ciberbullying). No es correcto referirse a los acosos y agresiones entre adultos y de adultos a menores como casos de bullying.

Para prevenir e intervenir situaciones de acoso y agresión escolar es necesario desarrollar estrategias educativas permanentes y oportunas con la intervención de tutores, padres y otros actores formativos. Desde luego teniendo en cuenta que hay tres tipos de actores: víctimas, agresores y observadores. De lo que se trata es de estar atentos a este fenómeno de violencia de tipo verbal, emocional y físico que afecta negativamente la convivencia escolar. Tiene consecuencias que dañan la autoestima, los vínculos sociales y el rendimiento cognitivo-intelectual en el desarrollo de los aprendizajes y la formación integral.

Propicia es la ocasión para reiterar la urgencia del restablecimiento en el Ministerio de Educación de la Dirección Nacional de Tutoría que, inexplicablemente, se desactivó el 2015.

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