El 15 de abril fui invitado a una reunión de confraternidad y reencuentro por mis alumnos de la promoción Martín Luther King 1976 del colegio “Ignacio Merino de Talara”, con motivo de la conmemoración de los 77 años de vida institucional de este prestigioso centro escolar del norte del país. Asistieron exalumnos de las promociones de los años 70 al 85 aproximadamente.
El encuentro fue muy emotivo, lleno de recuerdos y sobre todo de afecto y gratitud con su alma mater. Estuve presente por haber sido su profesor de Matemáticas, Química y Biología en varios grados de secundaria entre los años 71 y 75, cuando iniciaba mi carrera docente a los 21 años de edad con la emoción y el deseo de “mediar positivamente en la formación de los adolescentes en esa época” de acuerdo al currículo escolar vigente; por supuesto con mis fortalezas que fui afianzando y mis debilidades que poco a poco trato de superarlas hasta la actualidad como maestro.
Observé que los exalumnos, ya mayores, expresaban un júbilo y un vínculo especial, genuino y de agradecimiento a su institución educativa. He ido a reuniones similares de promociones egresadas de universidades y no he visto ni he sentido la profundidad de “las marcas personales y grupales que evidencian de la vida escolar”. Y, ojo, que los exalumnos son profesionales y exitosas personas en el mundo del trabajo y la vida ciudadana y familiar. En este caso, los exalumnos del colegio Ignacio Merino, como otros, observo que recuerdan a sus docentes nítidamente en sus desempeños.
Por lo señalado, los maestros de colegios debemos tener en cuenta que en nuestra “mediación pedagógica en las clases podemos marcar positiva o negativamente”. Y que eso obedece, en mi experiencia, a que “el colegio impacta en los alumnos, pues, es el alma mater principal de las personas a lo largo de la vida”.