Solamente a los liberales anarquistas, extremos, les apesta el Estado y lo quieren eliminar. Son muy distintos de los liberales clásicos. Por eso llevan otro nombre: anarco-capitalistas. El liberal no niega al Estado, sino que reniega del tipo de Estado que se entromete en lo que no debe y deja de lado lo que sí tiene que hacer. En nuestro caso, la crisis desencadenada por la pandemia de la Covid-19 ha desnudado, por tanto, las enormes carencias del nuestro. La enorme acumulación de casi treinta años que produjo el modelo liberal de los 90 y que ha permitido financiar la costosísima cuarentena que implementó el gobierno, con poco éxito por cierto desde la estrategia sanitaria, pudo pagar mejores servicios públicos para enfrentar esta crisis. En vez de ello, sucesivos gobiernos, apenas se controló, a comienzos de la década del 90, la crisis económica que hizo metástasis social a finales de los 80, se dedicaron a despilfarrar recursos en programas sociales populistas, elefantes blancos para favorecer inversiones truchas, burocracias ineficientes y, por supuesto, en una gigantesca corrupción. ¿El resultado? Un sistema educativo pauperizado y anquilosado, un sistema de salud insuficiente y atrasado, un sistema de agua y saneamiento que todavía no puede brindar servicios de calidad a toda hora y todos los días y un sistema carcelario extralimitado y tugurizado. Solo para nombrar los sistemas estatales que hoy configuran el enorme flanco vulnerable ante una amenaza de verdad como lo es esta pandemia. Y que el coronavirus ha desvestido con meticulosidad y detalle. El modelo económico estaba hecho para sanear la economía y para usar los recursos en buenas inversiones para la gente. Si los gobernantes de turno prefirieron el despilfarro, no es culpa del modelo, como no es culpa del auto que el conductor se estampe contra una pared por conducir ebrio o por no saber manejar simplemente.