El Perú puede afrontar hoy la prolongada cuarentena con la que se pretende torcer el brazo a los efectos devastadores del Covid-19, no por la destreza particular de un gobierno, sino por la solidez del modelo económico implementado en los noventa y que generó la solidez económica actual. Solidez sin la cual, por más buenos deseos de cualquier gobernante, habría sido imposible financiar cada día de cuantiosas pérdidas en los que se aplica el confinamiento obligatorio. La estrategia del “aplanamiento de la curva” para ganar tiempo a efectos de permitir que el sistema de salud se ponga a tono con la nueva demanda, es universal. Nació en la Organización Mundial de la Salud y la aplican casi todos los países latinoamericanos. No hay gran creatividad en ello. Pero aquéllos países sin la solvencia peruana, solo pueden mantener menos días de cuarentena. Y si la extienden, lo harán a costa de endeudamientos caros que empeoren sus crisis fiscales estructurales.

Por años y décadas, el mensaje de los enemigos del modelo económico se redujo a lo siguiente: “la macroeconomía no se come”. Esto significaba que las cuentas macroeconómicas podían estar lindas, pero que eso no ponía la mesa de los pobres. La ausencia de una narrativa contundente de contrapeso por parte de una derecha – tanto la conservadora como la liberal - que poco a poco se dejó acomplejar por la prédica izquierdista, terminó siendo un vacío que la pandemia llenó de golpe. Porque de golpe fue la exigencia de la urgencia y asimismo tuvo que ser la respuesta. Ahora que la izquierda alista un renovado oportunismo para presentar los hechos como un fracaso del capitalismo y una reivindicación del estatismo, es útil estar alertas y recordar que si hubiésemos seguido el camino anterior – y que hoy ellos quieren reverdecer con nuevas empresas públicas y una nueva ola de estatizaciones – tendríamos las arcas vacías y peladas como las tuvimos a finales de los ochenta.