César Acuña empezará en enero una gestión en la que no parte con mayoría en el consejo regional y tampoco con mayoría de acaldes aliados en La Libertad. Es una situación que no se vio antes aquí. Acuña ha jurado que no renunciará al cargo de gobernador, como hizo en el año 2015, para ir detrás de una candidatura a la presidencia del país. Será interesante ver cómo maneja la pulsión de un consejo en la que tendrá que convencer a los consejeros que no son parte de su partido, pues de lo contrario no podrá llevar adelante sus políticas de gobierno en la región.
Dentro de este escenario no muy favorable, la ventaja que tiene Acuña es su liderazgo propio de caudillo en su agrupación política, Alianza Para el Progreso. A diferencia de otras autoridades de APP, Acuña, al ser el jefe del partido, sí tiene voz de mando y su voluntad suele ser cumplida sin mayores reticencias.
Ese fue el problema, por ejemplo, de Manuel Llempén, quien dejará el cargo de gobernador de La Libertad en diciembre. La falta de liderazgo político de Llempén dentro de APP impidió que su gestión avance en varios momentos, pues algunos funcionarios apepistas no se sentían presionados para obedecerlo, debido en muchos a casos que se sentían empoderados por Acuña. Ser gente de confianza de Acuña tiene otro peso cuando tu superior no es Acuña. O un Acuña.
La semana pasada, el jefe del equipo técnico de la entrante gestión regional de Acuña, Juan José Fort, le dijo a los medios que la administración de Llempén fue mala y por eso el nuevo gobernador no le renovará la confianza a ningún funcionario. Luego Fort fue desautorizado de alguna forma, pero esta es una muestra de cómo impacta Acuña a diferencia de, por ejemplo, Llempén.
De modo es que esa es la ventaja de Acuña: la verticalidad de sus órdenes. Veremos si eso será suficiente para marcar diferencias en La Libertad.