El proceso de reforma de nuestro sistema político no estará completo hasta que se apruebe el retorno a la bicameralidad. Los últimos años y la coyuntura actual nos han mostrado la urgencia de reajustar la estructura del Parlamento, para mejorar su calidad legislativa, fortalecer su representatividad y brindarle el equilibrio que necesita.
Por ello, es fundamental restablecer las dos cámaras, de diputados y de senadores, con funciones y composiciones muy marcadas. La Cámara de Diputados aportaría la representación regional, mientras que el Senado deberá ser elegido por distrito electoral único, para reflejar de manera fidedigna las fuerzas políticas nacionales y concentrarse en la perspectiva nacional.
En ese esquema, la Cámara de Diputados se encargaría del control político cotidiano, a la vez que el Senado sería el ente reflexivo y revisor de las iniciativas. Además, es importante que la cámara baja cuente con curules especiales para nuestros pueblos indígenas, con el fin de brindarles una representación históricamente negada. Todo esto permitiría que ambas cámaras se complementen perfectamente y que el Parlamento mejore inmensurablemente.
El desarrollo y resultados del último referéndum evidenciaron que la bicameralidad sí cuenta con apoyo ciudadano, pero fue únicamente rechazada debido a que la propuesta de entonces venía con trampa. Si bien es entendible que para algunos aún genera recelo la idea de añadir un espacio adicional al Congreso, es importante entender que este es precisamente el camino a una institución de mejor calidad y más cercano a la ciudadanía. “La madre de todas las reformas”, como ha sido calificada la bicameralidad, será tal vez el legado más importante que deje este Parlamento al país.