Las instituciones liberales que creíamos imbatibles no lo son. Estamos hablando del mundo y no solo del Perú donde los temores por la estabilidad democrática y los desaciertos del gobierno de Pedro Castillo angustian a todos. Países con instituciones más sólidas como Brasil, Chile y Argentina también enfrentan riesgos. Y es que la democracia parece estar lesionada y así la describe el reconocido ensayista español José María Lassalle en su último libro, El liberalismo herido.
La democracia como equilibrio entre los poderes y el respeto de los derechos individuales está en peligro real por los populismos. Tres momentos clave explican la crisis global existencial de la democracia. El primero en el 2001, con el ataque a las Torres Gemelas, que en su caída arrastraron la imagen de la gran potencia, luego vino la Gran Recesión del 2008 con pérdida de certezas y horizontes y el tercero ha sido la pandemia, que a la incertidumbre ha sumado la fragilidad biológica.
Lasalle constata la ausencia de certezas pero cree que no todo está perdido, su libro no es pesimista aunque sí muy crítico y hasta implacable. Apuesta por un “liberalismo que puede resignificarse porque es un pensamiento abierto que defiende una sociedad abierta”. “Hay que identificar los activos de progreso que subsisten bajo la asfixiante atmósfera de catástrofes del siglo XXI y apostar por ellos”.
Lassalle nos habla de un ‘giro humanitario’. De invocar “la cooperación dentro de un individualismo frágil y necesitado de auxilios y cuidados”. Para él la democracia liberal debe hacerse “hospitalaria y empática, fomentar la amistad colaborativa y no la competencia inamistosa”. “Esto último activa el populismo al no tener respuestas”. Estas ideas vienen bien a nuestra clase política presa de esquematismos y consignas. Necesitamos capacidad de gobierno y amplitud para la reflexión. Y sobre todo de autocrítica para oxigenar y racionalizar nuestro ambiente lleno de temores y de tóxica confrontación.