“Los cobardes son olvidados por la historia, así de sencillo. Al que le caiga, le chupa”, dicen en Venezuela. Con esta repelente vulgaridad, Maduro insultó al Vicepresidente de Uruguay, Raúl Sendic, un demócrata de izquierda que expresó una opinión crítica. Dijo que no tenía “elementos” para “acompañar” la afirmación de que existen “injerencias externas” en Venezuela. La insolencia de Maduro provocó la protesta formal y un fuerte comunicado uruguayo. El incidente obligó a postergar la reunión de Cancilleres de la UNASUR, que Maduro había hecho convocar para condenar a EE.UU. por sindicar a Venezuela como una amenaza a su seguridad.

En verdad, quienes constituyen una amenaza para la región son los discípulos de Chávez. Ellos trajeron a Irán y a la Rusia de Putin; ellos apoyan las guerrillas, facilitan el narcotráfico, reparten pasaportes a terroristas islámicos, etc. Pero Washington se equivocó. Cualquier diplomático conocedor de la región habría recomendado buscar otras formas y oportunidades de proceder para castigar a quienes torturan y oprimen al pueblo venezolano. Obama ha abierto un cauce legal a las sanciones norteamericanas, pero ha permitido que, con descarado cinismo, el ALBA se rasgue las vestiduras y Maduro reclame la solidaridad sudamericana contra la amenaza del “Imperio” (que si quisiera arruinarla dejaría de importar su petróleo).

Lamentablemente, América Latina tiene una importancia marginal para EE.UU., cuya diplomacia no consigue entender a sus vecinos del sur. El deterioro de la OEA es consecuencia de esa visión errónea que ha reducido el número de las naciones latinoamericanas que defienden los valores de la democracia representativa. Por eso florecieron mecanismos como la CELAC y la UNASUR, que propician una “democracia” sin Estado de Derecho.

Ahora estamos en un punto de quiebre que no solo requiere la revalorización de las relaciones de EE.UU. con las verdaderas democracias latinoamericanas, sino que estas no deben seguir permitiendo que el eje de Venezuela y el ALBA siga manipulándolas en contra de sus propios principios y valores. Es inadmisible, por ejemplo, que hayan convertido a la Secretaría General de la UNASUR en una dependencia propia, al servicio de sus políticas.

Pero hay gestos importantes que anuncian una reacción. Una mujer, la Canciller de Colombia, criticó la visita del Secretario General (el expresidente colombiano Ernesto Samper) a Caracas por su parcialización en favor del chavismo. Y Uruguay, un país pequeño, rechazó dignamente los insultos de Maduro a su Vicepresidente.

Con inobjetables fundamentos jurídicos, el Parlamento Europeo (https://www.europarl.europa.eu) ha aprobado una inequívoca resolución condenando al régimen de Maduro. Su riguroso texto constituye una justificación de la decisión norteamericana. La mejor demostración de su procedencia es la muerte del opositor Rodolfo Gonzales en las mazmorras militares chavistas, a las que ni la Cruz Roja Internacional puede acceder.

Las sanciones norteamericanas no deben servir de pretexto para que el ALBA siga valiéndose de la UNASUR para instrumentar a las democracias de Sudamérica en beneficio de la tiranía de Maduro, un personaje matonesco y paranoico que sigue apabullando a los gobiernos de la región. 

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