Ya sabemos que este Congreso no vacará a la presidente Dina Boluarte. Sostenerla significa salvar su propio pellejo. Hace poco tres votaciones a favor de la admisión de debate de la vacancia presidencial no recibieron apoyo. Pese a que los parlamentarios exigían que la mandataria se presente en el Hemiciclo para responder sobre los cuestionamientos y denuncias, al final votaron en contra. “Es una gran oportunidad para que se dirija al país y absuelva las preguntas que se hacen todos los peruanos, ya que no desea hablar a través de los medios de comunicación”, precisaron algunos legisladores. Sin embargo, a la hora de la verdad su votación fue para que no vaya al Congreso y menos que se le destituya.

Con ello, se ha puesto en evidencia que el Congreso hace mucho ruido, pero ninguna acción concreta. Las promesas son palabras vacías. Parece que las lealtades entre ser principista y ser político son bien distintas. Los congresistas siguen sin tomar conciencia del desgobierno y la inestabilidad en el país y mucho menos son capaces de tomar decisiones para revertir esta situación. Su silencio e inacción es llamativa. Al final, solo es una forma de asentir esta terrible realidad. Quizás por eso su desaprobación es más alta que la del Ejecutivo.

Pese a las tantas evidencias de lo mal que está el Perú (inseguridad ciudadana, corrupción, incremento de anemia infantil y aumento de la pobreza), el Congreso mira a otro lado. Todas estas cifras adversas y que afectan el día a día de los peruanos, generan un sentimiento de fracaso en la sociedad e inmediatamente el futuro se ve de forma desfavorable.

En tanto, la presidente vive una realidad paralela. Se refugia en el silencio, como si no estuviera enterada de nada.

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